En Centroamérica, la educación sexual se debate entre contradicciones. Un reciente estudio de Sensata y Puentes (2023), que contó con la participación de más de 6.500 personas en seis países centroamericanos, revela varias disonancias que caracterizan la relación de la región con la sexualidad, los derechos y el peso de las tradiciones.
A continuación desarrollamos las cuatro principales tensiones que evidencia el estudio.
La primera gran contradicción emerge en lo que podríamos llamar el secuestro discursivo de la educación sexual. Mientras el 81.9% de los centroamericanos apoya teóricamente la enseñanza de la educación sexual integral en las escuelas, al mismo tiempo un 85% considera que La casa es el mejor espacio para aprender sobre sexualidad.
✨ El dato esperanzador: el 64% cree que la ESI es efectiva para prevenir embarazos.
Si bien el 96% de los encuestados afirma que hay que hablar de sexualidad con los hijos "lo que más se pueda", un contundente 53.5% cree que los niños están mejor cuidados cuando son exclusivamente sus padres quienes les brindan la información. Esta postura no es inocente: refleja una profunda desconfianza hacia las instituciones -escuelas, Estado, academia- y un temor latente a que la educación sexual integral cuestione normas culturales arraigadas, particularmente los roles de género tradicionales.
Limitar la educación sexual al ámbito familiar opera así no solo como postura ideológica, sino como mecanismo para mantener intactas estructuras de dominación donde el control del cuerpo sigue siendo instrumento de poder.
Las fracturas generacionales componen el segundo resultado clave de este estudio. Mientras el 51% de los centroamericanos en general aún considera la abstinencia como el mejor método para prevenir embarazos adolescentes, entre los menores de 25 años esta cifra se desploma: un revelador 74.8% de los jóvenes apuesta por los anticonceptivos, frente a sólo un 35% entre los mayores de 56 años.
Así mismo, las personas menores de 25 años también son quienes más creen que los contenidos de la clase de educación en sexualidad deberían ser decididos por Expertos (34%), o los Maestros (13.5%), el doble que el grupo de mayores de 56 años (6.7%)
Sin embargo, es importante no interpretar estos resultados con un profundo proceso de emancipación de la juventud, pues en contraste con este dato, otros valores continúan mostrando pocas diferencias entre jóvenes y personas de edad avanzada. Por ejemplo: justificación de la violencia contra menores, importancia de criar mujeres para ser buenas esposas, obediencia, entre otras. Esto puede interpretarse como que los anticonceptivos han sido recibidos por esta generación como un tema de salud pública y no como un tema ideologizado.
Quienes conocen de cerca el problema emergen como las principales demandantes de cambio. El 80% de las personas en Centroamérica identifica el embarazo adolescente como un problema prioritario, pero son precisamente los grupos más afectados -jóvenes, población indígena y residentes rurales- quienes muestran mayor urgencia por soluciones concretas.
Tres de cada cuatro personas menores de 25 años apoya el uso de anticonceptivos, más del doble que entre los mayores de 46 años (34%). En contraste, son los hombres, las personas con educación de posgrado y los residentes urbanos quienes más insisten en la abstinencia como método preferente.
Esta divergencia revela cómo las desigualdades estructurales distorsionan incluso la percepción de las soluciones, con los sectores privilegiados abogando por enfoques moralistas mientras las personas más vulnerables claman por herramientas prácticas.
La cuarta y quizá más reveladora contradicción se manifiesta en el terreno de la igualdad de género. Aunque un esperanzador 84% de los encuestados afirma estar de acuerdo con combatir las desigualdades entre hombres y mujeres, los datos desnudan una realidad incómoda.
El 45% de los hombres centroamericanos -catorce puntos más que las mujeres- considera importante educar a las niñas para ser "buenas amas de casa y esposas". Peor aún: el 19% de la población encuentra aceptables las uniones maritales de menores, cifra que se dispara al 28.4% en Nicaragua y alcanza un preocupante 23.5% entre mujeres menores de 25 años.
Este último dato, particularmente desconcertante, no refleja necesariamente adhesión ideológica sino la internalización de estrategias de supervivencia en sociedades donde el valor femenino sigue atado al matrimonio, incluso precoz.
Estas disonancias, aunque profundas, contienen grietas por donde podría filtrarse el cambio. La clave está en construir estrategias que operen dentro del tejido cultural, puntada a puntada, sin anunciarlas como revolución: talleres comunitarios para hablar de autonomía en términos de autoestima, transformaciones silenciosas vinculadas a la cotidianidad: el cuidado de la salud, la preparación para el trabajo, que puedan avanzar sin ser percibidas como amenazas.
Necesitamos aplicar la imaginación radical, no solo a la construcción de una visión movilizadora, sino también para encontrar enfoques creativos y efectivos para construir nuevos consensos sin activar resistencias frontales.