Imaginemos a un grupo de turistas caminando por una playa. Podría ser Cancún o Cartagena, da lo mismo. El reflejo del sol sobre la arena se confunde con la presencia de soldados caminando junto a las asoleadoras de los turistas: uniformes camuflados, fusiles al hombro, rostros vigilantes. Algunas personas verían su libertad amenazada e incluso preferirían abandonar sus vacaciones. Otras celebrarían la tranquilidad de sentir que “alguien” está vigilando.
En la Encuesta de Narrativas de Seguridad en Colombia realizada por Puentes y Sensata en 2023, que contó con la participación de 7648 personas residentes en Colombia, el 70% de la muestra manifestó su aprobación frente a la idea de replicar en Colombia la militarización de las playas, tal como ocurre en algunas zonas de México.
En general, el estudió mostró que ocho de cada diez colombianos quisieran tener constante presencia de la Policía o el Ejército en sus áreas de residencia. Aunque ese deseo es mayor en estratos altos (82%), los datos confirman que incluso entre las personas que se consideran de izquierda (67%), y entre los residentes de municipios pequeños (76%), el anhelo de tener constante presencia de policías o militares cerca a su casa alcanza valores altos. La aprobación de la militarización de las playas en México coincide con el hecho de que el 63% de la muestra considera que la policía militar le brindaría más seguridad, mientras el 24% eligió la policía comunitaria y el 14% ningún tipo de policía.
Si bien tres de cada cuatro personas reaccionaron positivamente ante el slogan de la Policía Nacional “Dios y Patria”, hay un dato de la encuesta que rompe con la aparente uniformidad de la aprobación a la institución: la mayoría (53%) considera que la Policía Nacional, como institución, debería reformarse profundamente, incluyendo un 43% de las personas de la audiencia de conservadores extremos, y un 82% de la audiencia de críticos pacifistas que comparten la necesidad de una transformación de fondo en la policía.
Además, ante la pregunta por la función más importante de la Policía, la opción más seleccionada fue cuidar (38.5%) seguida de servir (31%); mientras que castigar apenas suma un 2%, capturar un 7% y defender un 15%.
Este desglose revela el anhelo más profundo de los colombianos: un cuerpo dedicado a la protección y al servicio. Así, lo que podría interpretarse como preferencia por la mano dura, podría más bien evidenciar una urgente necesidad de protección.
La retórica de la “mano dura” ha resultado seductora en muchos lugares de América Latina porque promete soluciones inmediatas en un país cansado de la delincuencia y la inseguridad. Pero la tendencia a exigir castigos ejemplares puede estar, paradójicamente, encubriendo la necesidad de fondo: queremos saber que alguien nos protege y anhelamos una institución fundamentada en el cuidado.
De hecho, al sumar las categorías cuidar y servir se representa casi el 70% de las respuestas de la encuesta, evidenciando la oportunidad de diseñar una política de seguridad que, no se oriente exclusivamente a reaccionar e intervenir, sino que proteja y sirva a las comunidades.
El cuidado, además, se perfila como una de las promesas con más potencial unificador entre las distintas audiencias frente a la seguridad.
Como puede verse en la tabla a continuación, el anhelo de cuidado es compartido tanto entre la narrativa más conservadora, como en la más liberal.
La encuesta muestra que Colombia, por un lado no renuncia a la idea de tener una autoridad fuerte y cercana; mientras que por el otro, exige una transformación institucional que ponga la protección ciudadana por encima de la captura o el castigo, tal como lo confirmó el 58% de ciudadanos que afirmaron que el cambio más importante que debería buscarse con la reforma a la policía es Más derechos humanos, en contraste con un 37% que consideró que debería buscarse Más mano dura.
Los movimientos sociales tienen la oportunidad de traducir esa motivación subyacente —un anhelo de cuidado, protección y servicio— en el principal movilizador de la demanda por una reforma policial en la cual la presencia de la Policía pase de ser imponente a ser confiable.
Este giro narrativo entraña la oportunidad de promover un nuevo pacto social con la Policía: uno que deje de lado la lógica de la mano dura y refuerce la idea de la mano que cuida con proximidad, que inspire confianza y preste un servicio efectivo.
Se trata de concebir la seguridad como una labor integral y constante, más que como despliegues de fuerza esporádicos. Como en otras ocasiones en la historia, de aquello que podría parecer una profunda contradicción puede surgir una transformación significativa.